Historias desconcertantes

Entre los largometrajes que concursan por el deseado Coral del 39 Festival del Nuevo Cine Latinoamericano se halla Los buenos demonios, del multipremiado director Gerardo Chijona.

«Lo aparente no es lo real», alerta de entrada el cineasta cubano Gerardo Chijona sobre el desconcertante relato de su más reciente largometraje, Los buenos demonios, estrenado recientemente en el 39 Festival del Nuevo Cine Latinoamericano en La Habana: Tito es un joven taxista de 23 años, a quien sus vecinos consideran un muchacho formal y educado, aunque no sospechan que detrás de esa fachada se esconde alguien con una visión pragmática de la vida, incluso, capaz de cometer actos terribles, según reza la sinopsis.

El también director de Adorables mentiras y Boleto al paraíso reconoció en conferencia de prensa que asumir este proyecto ha constituido una experiencia novedosa en su ya larga carrera. Acostumbrado a ser el autor o coautor de las historias que cuenta en sus cintas, en Los buenos demonios trabajó con el libreto que habían escrito el joven guionista cubano Alejandro Hernández y el maestro Daniel Díaz Torres (Alicia en el pueblo de Maravillas, Kleines Tropicana, Hacerse el sueco, Lisanka, La película de Ana), quien soñaba con hacer esa película y desafortunadamente su fallecimiento se lo imposibilitó.

«Fue por las carambolas que da la vida que en Madrid, mientras terminaba La cosa humana, conversé con Alejandro, actualmente uno de los más codiciados escritores de cine y televisión en España, donde radica. Entonces me propuso realizar el filme. Le pedí permiso para hacer una primera revisión y editar algunas cosas. A la postre, cambié solo el final y le di un tono de comedia a dos escenas de la película», cuenta Chijona.

El trabajo de la prefilmación resultó fundamental para encontrar los tonos de los personajes. Para ese empeño resultó decisivo el contar con un elenco de lujo encabezado por Carlos Enrique Almirante y los excepcionales Isabel Santos, Enrique Molina, Yailene Sierra, y Vladimir Cruz, entre otros talentosos intérpretes, según comenta el director.

«En mis anteriores filmes siempre he tenido la seguridad de saber a dónde quiero llegar, cuáles son esos sentimientos y emociones que busco; pero en Los buenos demonios andaba un poco perdido, porque está escrita de una manera muy fría, austera y distante, los planos son largos y la cámara entra poco; tuve que adaptarme a ese estilo que nada tiene que ver conmigo. Por fortuna, el equipo en escena fue de gran ayuda… Reconozco que necesité recurrir a algo que a veces nos cuesta a los directores: escuchar a los demás», refiere.

¿Cómo afrontó el proyecto sabiendo que su concepción original había partido de Daniel Díaz Torres?

Para mí ha sido como una espada de Damocles. A Daniel lo conocí muy bien, fuimos grandes amigos desde que éramos unos muchachones y nos veíamos en la Cinemateca. Luego nos convertimos en compañeros en la Escuela Internacional de Cine y Televisión de San Antonio de los Baños, donde compartíamos largas horas hablando sobre los misterios de este arte.

«Desde el inicio de la realización me propuse respetar el espíritu con el que Daniel pensó Los buenos demonios. Por suerte, cuando Alejandro vio el primer corte coincidió conmigo. En el rodaje yo sentía a Daniel a mi lado. También tenía la alegría y la responsabilidad de compartir todo el proceso junto a su hijo, Daniel Díaz Ravelo, quien participó en la producción; y a su hija, Laura Díaz, que se responsabilizó con el diseño de vestuario.

«Una de las satisfacciones mayores que he tenido últimamente la viví durante el estreno oficial de Los buenos demonios en el cine Acapulco, cuando vi la reacción del público y los rostros emocionados que tenían los hijos de Daniel».

¿Qué importancia le confiere a la realización de películas como Los buenos demonios, que aborden la pérdida de valores y los problemas morales?

Esa es una línea crítica del cine cubano, presente en las cintas de Titón (Tomás Gutiérrez Alea) y en las de otros directores. Cuando se lleva adelante un proyecto, siempre se quisiera evidenciar algún aspecto acuciante de la realidad; en mi caso, sin ánimos de dar lecciones, ni de juzgar a nadie.

«En Los buenos demonios jugamos con el concepto de moral en un micromundo de cinco personajes, cada cual con una moral distinta o sin ella. Se supone que cuando estás manejando historias intimistas, de alguna manera se está provocando una reflexión, aunque también siempre digo que son relatos con sentido en el marco en que están contados, las lecturas posteriores pertenecen al espectador».

¿Por qué decidió recrear una Habana más cuidada, incluso, bella?

A veces siento que en algunos materiales el entorno ahoga a los personajes. Y eso siempre lo he evitado desde que comencé mi carrera como cineasta. Sin embargo, Daniel tenía un concepto totalmente distinto, creo que fue una de las pocas cosas que no respeté de su guion original. Él quería una fotografía más naturalista. Ese cambio lo hablé con Alejandro, le expliqué que yo quería concentrarme visualmente en la sombra de los seres humanos, más que en las del entorno, y por eso le dije al director de fotografía (el premio nacional de Cine Raúl Pérez Ureta), que retratara una Habana bella, brillante, luminosa; que fuera un mundo en el que todos los personajes, como el principal que es un asesino, pudieran moverse.

Confió el protagónico a un joven actor como Carlos Enrique Almirante…

Carlos para su edad es un actor muy serio y profesional. En principio habíamos pensado en otra persona pero no pudo ser. Entonces no dudé en llamarlo, y aunque también estaba rodando una telenovela colombiana (Sinú, río de pasiones, que se exhibe por estos días en la Televisión Cubana) se puso a nuestra disposición dos semanas antes de la filmación. Cuando leyó el guion se aterrorizó, porque tenía el reto, difícil incluso para profesionales consagrados, de que si se exteriorizaba como un sicópata o bipolar se estropeaba la historia, porque el personaje era un asesino inmutable con rostro angelical.

Después de 25 años volvió a dirigir a Isabel Santos, como antes lo hizo en Adorables mentiras…

Queríamos volver a trabajar juntos desde hacía tiempo, pero no encontraba un rol que se le ajustara. Esta vez en Los buenos demonios la magia ha vuelto a aparecer y ella también ha sido muy feliz, porque recuerdo que en Adorables mentiras, mi primer largometraje, yo era un tipo obsesivo con los ensayos, fundamentalmente para cubrir mi inseguridad de principiante en la ficción. Por eso los escogí a ella y a Luis Alberto García, porque tenían más horas de vuelo que yo.

¿Cómo recuerda ese filme con el que debutó?

Aprendí mucho haciendo esa película y con todo lo que pasó después, porque estuvo como «maldita» cuando apareció en las pantallas. Adorables mentiras se estrenó después de la conmoción que suscitó la cinta Alicia en el pueblo de Maravillas, también de mi amigo Daniel Díaz Torres. Sufrimos muchos contratiempos, incomprensiones, el oportunismo de mucha gente. Varias lecturas terminaban siempre en lo político; sin embargo, nunca, ni para mí ni para Senel Paz, su guionista, fue esa la esencia. Era sobre todo una película acerca de la condición humana, de la necesidad de la gente de aparentar ser otra persona y de mentir para relacionarse. Es cierto que había elementos que detectábamos de la sociedad como la doble moral, la corrupción, la prostitución, el mercado negro, la mentira como forma de vida. En el guion reflejamos esa dicotomía de un mundo en el cual los «normales» eran unos mentirosos, mientras las prostitutas, los marginales, querían suicidarse porque no querían vivir en la mentira. Si la película está vigente es porque tomamos como centro la condición humana.

¿Tiene ya nuevos proyectos en mente?

Quiero hacer una comedia. Me gustaría refrescar después de Los buenos demonios, que ha sido un poco desgarradora. Estoy trabajando el guion con Francisco García, coautor de Boleto al paraíso y La cosa humana. Será una comedia de humor negro que hallará sus vericuetos, alegrías y conflictos en la actualidad.

Medio de Prensa: Juventud Rebelde
Fecha de publicación: 13 de diciembre 2017
Autor: Alejandro A. Madorrán Durán